ACOMPAÑAR A LA FAMILIA / ATRAVESAR EL DUELO / ELEGIR CÓMO VIVIR LO QUE NOS ESTÁ PASANDO
El dolor hace su aparición repentina en nuestra vida. Nos duele la enfermedad y la muerte. Nos duele lo imprevisto de esta pandemia. Nos duele lo que nos está pasando.
Cuando el dolor hace su aparición en la vida y decidimos aceptarlo, recorremos un proceso con etapas muy marcadas que expresan los diferentes momentos que atraviesa nuestro corazón humano para integrar y asumir lo que duele.
Para poder aceptar el dolor, necesitamos que éste sea atravesado, tal como la lanza atravesó el corazón de Jesús clavado en la cruz. Es el anuncio profético del anciano Simeón a María, cuando presentan al Niño en el Templo de Jerusalén: Este niño será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón (Lc 2 4-35).
El dolor atravesado nos hiere y, sin embargo, nos abre una puerta, nos libera de quedarnos encerrados y atrapados en el sufrimiento que nos provoca.
Mientras no aceptamos el dolor, éste se yergue como una piedra enorme que obstaculiza el camino, como un dique que frena el fluir de las aguas. Algo queda detenido… nos quedamos parados…, y nuestra vida lentamente se va paralizando: algo empieza a morir, aunque permanezcamos vivos.
¿Cómo hacerlo? ¿Cuáles son sus etapas? ¿Cómo empezar este proceso?
Del dolor a la aceptación
Etapas en el duelo
1 - Negación
2 - Enojo y protesta
3 - Negociación
4 - Depresión y tristeza
5- Aceptación
El amor no desaparece nunca
me he ido al cuarto de al lado.
Yo soy yo y tú eres tú.
Lo que éramos el uno para el otro
lo somos siempre.
Dame el nombre que siempre me has dado.
Háblame como lo has hecho siempre,
no emplees un tono diferente.
No adaptes un aire solemne o triste.
Seguí riéndote de lo que nos hacía reír juntos.
Rezá, sonreí, pensá en mí.
Que mi nombre resuene en la casa
como lo fue siempre,
sin énfasis de ninguna clase, ni nada sombrío.
La vida significa todo lo que ella ha significado siempre
y es lo que siempre ha sido.
El hilo no se ha cortado.
¿Por qué habría yo de estar fuera de tu pensamiento
simplemente porque estoy fuera de tu vista?
Te espero, no estoy lejos,
justo del otro lado del camino.
Como ves, todo está bien!
Dios bueno,
hoy la tristeza se apodera de mi corazón.
Ni siquiera el pensar en Tí puede alejar mi desconsuelo
que nace desde lo más profundo de mi
y detiene mi andar.
Te doy mi corazón entristecido y te pido:
Que tu luz y tu amor transformen mi tristeza
para que incluso en ella, pueda sentirme amado por ti.
Deja que mi tristeza me lleve al fondo de mi corazón
para encontrarte
como la luz que alumbra mi oscuridad,
como amor que me atraviesa,
como alegría que transforma mi pena.
Que tu luz, tu amor y tu alegría se abran paso
a través de mis sentimientos de tristeza
para que, a pesar de ella
pueda sentirme amado por vos.
AMEN
El niño pequeño está muy abierto a la dimensión trascendente de la vida, y se siente profundamente interrogado por el misterio de la muerte. Se despiertan en su corazón dilemas muy profundos, muchas veces acompañados de sentimientos de temor, de miedo o de enojo: ¿Me puedo morir también yo? ¿Qué va a pasar conmigo si mis padres mueren? ¿Cómo voy a poder seguir viviendo sin ellos? Y también: ¿Por qué mueren las personas? ¿Dónde van cuando se mueren? ¿Por qué no las podemos ver más?
Algunas veces los adultos queremos esquivar el tema, hacer como si no existiera. Preferimos no hablar de eso, porque pensamos que es un tema difícil de explicar, duro de comprender para los niños. Sus preguntas nos ponen a nosotros mismos frente a preguntas que tenemos sin respuestas. Nos interrogan y nos cuestionan, nos ayudan a preguntarnos nosotros mismos sobre el sentido de nuestra propia vida, sobre la manera en que nos paramos frente a la realidad de la muerte.
Esta situación inesperada nos pone a todos frente al misterio de la muerte, y en ese “todos”, también están nuestros niños pequeños. Ellos necesitan respuestas de fe que respondan de verdad.
Algunas pautas pedagógicas
La comprensión que los niños tienen de la muerte es diferente a la de los adultos. Ellos se sitúan de otra manera que nosotros, lo hacen desde su corazón de niños, comprendiendo lo que pueden comprender por su capacidad cognitiva y por el desarrollo de su pensamiento. No siempre nuestras respuestas lógicas consiguen calmar los interrogantes o el dolor que plantean las preguntas de los niños. Es necesario dar respuestas, pero no esperemos que las respuestas siempre “respondan”. Decirle a un niño: El abuelito va a estar mejor en el cielo, porque ya no sufre más su enfermedad, es una respuesta lógica; pero no esperemos que consiga calmar el deseo del niño de estar con su abuelo. Explicarle una y otra vez lo que sucedió con esta enfermedad no detendrá la insistente pregunta que despierta su miedo.
Es bueno compartir con ellos la alegría de la vida, y también la tristeza o el dolor que sentimos frente a la muerte de un ser querido. Ellos tienen derecho a hablar de la muerte, a asistir a los funerales, y a participar en los rituales de despedida. Cuando dejamos a los niños afuera del tema de la muerte, sin quererlo les estamos diciendo: es algo tan terrible, que no podemos conversar sobre eso. Es algo tan trágico, que mejor hacemos como si no existiera. Y esta afirmación no hace otra cosa que agigantar en él la fantasía y el miedo: es algo terrible, tan terrible, que mis padres y maestros quieren ocultarme la verdad.
Ayudarlos a mirar la muerte es una buena manera de ayudarlos a vivir con sentido.
Algunas veces, los niños necesitan atribuir la muerte a la “culpa” de alguien, necesitan encontrar un responsable. Se murió porque era viejo, se murió porque estaba enfermo, se murió por culpa del Coronavirus… Prestemos especial atención de no presentar a Dios como el responsable de la muerte y de todo lo que nos pasa, porque no haremos otra cosa que apartar al niño de Dios: ¡Dios es malo! Yo no lo quiero... porque tuvo que llevárselo. Dios la quería en el cielo ... pero yo también la quería conmigo...
Algunas sugerencias básicas
Algunas respuestas desde la fe
Muchas veces, nosotros los adultos no tenemos claro el tema de la muerte y la vida eterna. Nos confundimos, inventamos teorías que se ajustan a nuestros propios deseos pero que no responden a la fe sobre la vida eterna.
No dar respuestas que falseen la realidad o las verdades de nuestra fe. Respuestas que se ajusten a lo que la lógica infantil puede comprender con facilidad, pero que no son verdades ciertas. Por ejemplo:
No está muerto, está solo durmiendo
Se fue de viaje... después va a volver
Dios se lo llevó porque era muy bueno
Esta en el cielo, sentado en las nubes con los angelitos...
Todos estamos contentos porque él está con Dios...
Vos no te vas a morir... tus padres no se van a morir....
Solo se mueren las personas que están enfermas...
A la hora de responder, hacerlo siempre desde la luz de la fe, intentando usar palabras sencillas y directas.
No ocultar la verdad de la muerte, ni querer “disimularla”. Por ejemplo:
¿Por qué está su cuerpo quieto y es de ese color?
Porque está muerto.
¿Cuándo se va a despertar?
No se va a despertar porque está muerto. Ahora vamos a tener que aprender a encontrarlo vivo en Jesús.
Ayudando al niño a comprender la muerte
Etapas en el duelo
Escuchar siempre el sentimiento que acompaña la pregunta o el comentario:
Yo no me quiero morir... yo no quiero que se mueran mis papás o mis abuelitos... Yo no me quiero ir a la casa del Padre... yo no quiero estar con Jesús...
Nos da miedo morirnos. Y no queremos que se mueran las personas, porque nos gusta verlas todos los días y estar con ellas, porque las amamos. Pero a veces no podemos hacer nada por impedirlo. Todos vamos a morir. Y el día de la muerte, seremos recibidos con amor por Dios nuestro Padre, que tiene un lugar para nosotros. El lugar que nos prepara Jesús. Vamos a vivir siempre en el amor de Dios. Vamos a estar vivos para siempre. Aunque la muerte nos duela, esto nos llena de esperanza.
Yo confío en las palabras de Jesús. Aunque la muerte me asusta o hace doler yo digo: Señor Jesús: ¡en vos confío!
Aceptar el enojo o la rabia contra Dios.
¡Dios es malo! Yo no lo quiero...
Estás enojado. Podemos estar enojados cuando nos duele. A veces la muerte nos hace enojar.
Dios Padre no se enoja con nosotros. Él nos ama y nos abraza siempre. Él te está abrazando. Y en el abrazo de Dios nos encontramos todos. Todos podemos encontrar consuelo.
Aquí les presentamos una pequeña síntesis de nuestra fe, a modo de preguntas y respuestas, sobre el tema de la muerte y la vida eterna. Esperamos que les de luz, para poder responder a los niños. Para una mayor comprensión de las verdades de nuestra fe, los remitimos al Catecismo de la Iglesia Católica, números 988 al 1060.
¿Por qué existe la muerte?
La muerte es el final de nuestra vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el tiempo. Nacemos, crecemos, cambiamos, envejecemos y, al final, morimos. Dios no quiso la muerte para el hombre. Aunque lo creó con naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. La muerte existe como consecuencia del pecado. El hombre, al no querer amar, introduce la muerte en el mundo. Pero Dios que es un Padre lleno de amor, no nos abandonó en este pecado, sino que nos envió a su hijo Jesús para salvarnos. Jesús, que es Dios, se hizo hombre y compartió nuestra condición humana sometiéndose a la muerte. Y Dios Padre lo resucitó dándole Vida Eterna.
¿Todos vamos a morir?
Todos vamos a morir. Un día nosotros también vamos a morir como Jesús... como todas las personas que ya murieron, pero Dios Padre, con la misma fuerza que hizo salir a Jesús vivo del sepulcro, nos resucitará también a nosotros. Pablo, un amigo de Jesús que escribió muchas cartas contando los secretos más grandes de Jesús, nos habla muchas veces de la muerte y resurrección y nos dice que “... Dios Padre, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros con su poder”.
¡¡Esta es la mejor noticia!! Llena nuestros corazones de esperanza y, aunque la muerte nos asuste o nos duela, sabemos que allí no termina nuestra vida, ni la de nuestros papás, ni abuelitos... Todos viviremos para siempre junto a Dios nuestro Padre, con Jesús, la virgen María y todos los santos del cielo.
¿Qué es resucitar?
Cuando morimos, nuestros cuerpos terrenales (carne y huesos) son dejados en la tierra.
En la resurrección, Dios nos da a cada uno un cuerpo glorioso, un cuerpo resucitado que vivirá para siempre. La resurrección vence a la muerte. Cristo resucitó y por eso todos vamos a resucitar con él y tener vida eterna.
¿La vida eterna empieza después de la muerte?
Todos los que fuimos bautizados, nos hemos unido a Cristo en su muerte para vivir una vida nueva. Por eso podemos decir que Ya, en el Hoy de nuestras vidas, participamos de la vida eterna, de la vida para siempre.
¿Quiénes resucitarán?
Todos los hombres resucitaremos después de la muerte. Para vivir para siempre junto a Dios en el cielo.
¿Dónde está el cielo?
El cielo de Jesús no es un lugar, como el cielo de las nubes o del sol. Vivir en el cielo es “estar con Jesús” para siempre. Por eso, el “cielo de Jesús”, “la casa del Padre”, está presente en las personas que se aman, en todo lo valioso y noble que hay en el hombre. Nuestros corazones son “el cielo de Jesús”, el lugar santo donde él quiere estar y permanecer.
¿Cómo resucitaremos?
Es difícil comprender el “cómo” desde nuestro entendimiento. Nuestra fe nos dice que nuestros cuerpos son transfigurados en cuerpos gloriosos, revestidos de inmortalidad.
Todos resucitaremos para vivir ya para siempre en el cielo en cuerpo y alma como la Virgen María, que es la única, por ser la madre de Dios, cuyo cuerpo no sufrió la corrupción, igual que el de Jesús. Así como Jesús resucitó, la Virgen fue asunta en cuerpo y alma al cielo. Es lo que celebramos el 15 de agosto.
¿Que nos pasa cuando nos morimos?
No lo sabemos. Si sabemos que a veces la muerte es difícil, que nos hace doler y sufrir. Tenemos ganas de llorar porque nos asusta. No queremos que se mueran las personas que amamos. Pero podemos confiar en el amor de Dios que nos dice: No tengan miedo. Yo estoy con ustedes. Y también le podemos pedir a María, la Madre de Jesús, que esté con nosotros siempre. Ahora y en la hora de nuestra muerte.
¿Porque ponen al cuerpo en un cajón? ¿Porque lo entierran? ¿Por qué lo queman y hacen cenizas? ¿Porque le llevamos flores a las personas que se mueren?
Ponemos el cuerpo de las personas que se mueren en un cajón para después enterrarlo. Nuestros cuerpos ya no nos acompañan más después de la muerte. Dios Padre nos dará un cuerpo nuevo, glorioso, resucitado para la vida eterna. Pero estos cuerpos tan lindos que tenemos merecen nuestro respeto y los honramos guardándolos en un cajón en la tierra y llevándole flores.
¿Dónde están las personas que se murieron? ¿Por qué no las podemos ver? ¿Podemos hablar con las personas que están muertas? ¿Cuándo las vamos a volver a ver?
Las personas que se murieron están en la casa del Padre, que es el cielo. No las podemos ver con los ojos de nuestro cuerpo. Como tampoco podemos ver a Jesús resucitado. Sabemos que él está. Pero no lo podemos ver. Por eso cerramos los ojos para hablar con él, y lo miramos con los ojos de la fe. Las personas que están en el cielo también están con nosotros. Estamos todos unidos, aunque no podamos verlas. Ellos nos escuchan y nos ayudan. Nos acompañan en el camino de la vida. Hasta que todos juntos vamos a reunirnos un día en el cielo. Podemos hablar con las personas que se murieron, como hablamos con Jesús.